El amaranto (Amaranthus sp.) es un cultivo que tiene su centro de origen en el continente americano, siendo sembrado por los Mayas, los Aztecas y los Incas. Fue un cultivo muy importante para los pueblos originarios e incluso lo usaban en las ceremonias dedicadas a sus deidades. La cultura del amaranto fue prácticamente erradicada durante la colonización española, quedando el recurso genético en manos de un número reducido de comunidades de agricultura tradicional asentadas en Mesoamérica y en la zona Andina. Actualmente se ha logrado captar un renovado y creciente interés por este cultivo debido a la calidad nutricional de sus granos, hojas e inflorescencias, por su aprovechamiento integral, por la brevedad de su ciclo de cultivo y por su capacidad de crecer en condiciones adversas, principalmente deficitarias de agua.

Las principales especies cultivadas para producción de grano son  Amaranthus cruentus y  Amaranthus hypochondriacus en México y Amaranthus caudatus en Perú.

El grano de amaranto es rico en carbohidratos,  tiene un  alto contenido de proteína (13 – 19%) y un notable balance de aminoácidos esenciales, cercano al óptimo de referencia que sugiere la FAO y la OMS para la dieta humana, ya que posee un mayor contenido de lisina y triptófano que el trigo, el arroz o el maíz. Tiene un gran potencial para ser explotado como alimento funcional debido a su contenido de escualeno (antioxidante natural), ácidos grasos insaturados como el linoleíco y oleico y ácidos grasos saturados como el palmítico, además de tocotrienoles, fitoesteroles y esteroles que ayudan a disminuir el colesterol en la sangre. 

Desde el punto de vista agrícola es una especie con un alto potencial dado que las plantas se adaptan muy bien a suelos de baja fertilidad, a climas secos con alta temperatura y radiación y sobre todo a zonas con escasez de agua y/o con algún grado de salinidad.